Al estudiar la vida de las mujeres adultas encontramos
abundante literatura centrada en diversos tópicos que, en definitiva, lo que
hacen es dramatizar las transiciones que viven las mujeres
socializadas en roles tradicionales; sin embargo, numerosas investigaciones
desvelan algunas de las trampas en que se han visto envueltas las vidas de las
mujeres mayores. Así pues, en el estudio llevado a cabo por Keith y Schafer
(1982) se concluye que la realización indistinta de tareas tradicionalmente
ligadas a cada sexo se relaciona con un mayor bienestar para las mujeres, pero
no para los hombres.
Diversas investigaciones recientes indican que la mayoría
de las parejas reciben con alivio la etapa del <<nido vacío>>
(White y Edwards, 1990); que la ausencia de los hijos e hijas no es
necesariamente problemática en la vejez (Connidis y MC- Mullin, 1993) y que la
aceptación de los roles tradicionales se correlaciona con índices de depresión
en mujeres de mediana edad (Tinsley, Guest y McGuire,1984). Si a esto unimos la
idea de que las mujeres explican su recién descubierta energía y su
socialización en la vejez en relación con la disminución de sus obligaciones
familiares, podemos concluir que, para las mujeres mayores, librarse de dos de
los elementos que el patriarcado ha considerado fundamentales para su felicidad
y realización: la casa y la familia (ser esposa, madre y ama de casa) se relaciona
con un mayor sentimiento de felicidad, mejora de la autoestima y bienestar
psicológico; en contra de la explicación que ha pretendido demostrar que la vida
del hogar era un refugio de seguridad psicológica para las mujeres. Por otra
parte, parece claro que en la segunda mitad de la vida se produce un entrecruzamiento
de roles, según el cual las funciones asignadas a cada uno de los sexos se
difuminan y van quedando definidas de forma menos marcada, de manera que los
hombres se hacen progresivarnente más dependientes y afectivos, mientras que
las mujeres son más independientes y asertivas (Rossi, 1980 y Gutmann, 1987).
La edad avanzada permite, pues, una reorganización de los roles de género en
muy diversos sentidos. Utilizando el lenguaje de Carol Gilligan (1982) es la
ética del cuidado y una identidad basada en la experiencia de interconexión la
que puede dar a las mujeres una ventaja en la vejez. Así pues, las mujeres se
benefician de los enriquecedores valores expresivos, incluyendo la interconexión
y el cuidado, como parte del rol femenino. Otra ventaja que pueden tener las
mujeres en el envejecer es su habilidad para verse a sí mismas y sus vidas como
valiosas y significativas (Helterline y Nouri, 1994). Los valores de cuidado y
conexión son los más importantes para las mujeres durante toda su vida y se
mantienen en la vejez y se vuelven también más importantes para los hombres a
esa edad. Lo cual indica que los valores de la vejez se hacen, a lo largo de la
vida, cada vez más femeninos, mientras se muestran en recesión los mis masculinos
del trabajo y de la vida pública.
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